—Por favor, apágala. Se va a fundir.—dijo Dracco en un tono benévolo. Se volteó y levantó el pulgar en señal de aprobación. Me sonrió, como si yo fuera su cómplice. Luego volvió la vista hacia la hermosa chica y la tomó de su barbilla para continuar besándola. Quedé perplejo con lo que sucedió aquella tarde que marcó mi infancia.

Su bielonave permanecía estacionada en el cobertizo. Quería pilotarla también. Pero le tenía pavor a las leyes de tráfico aeroespacial. Tendría la mía propia, cuando creciera y me dieran el permiso de piloto.

Dracco era mi hermano mayor, y aunque le apreciaba, le envidiaba demasiado. Amanecía cuando llegaron sus amigos en sus poderosas bielonaves. Irían de paseo por la playa para divertirse como nunca. En cambio yo debía quedarme en el cobertizo y conformarme jugando con kits de prototipos termonucleares.

—Todavía eres un niño. Tus piernecillas nunca llegarán a los pedales.—espetó en son de burla uno de ellos, mientras yo armaba en silencio un cohete a escala.

—¡Ja, ja, ja! ¡Ni aunque los jerarcas te dieran el permiso, jamás montarás una de estas, pequeñín!

—¡Hey tontos!—interrumpió mi hermano en mi defensa. —No es por pequeño. Es solo que le falta un poco de control mental.—y resonaron las carcajadas.  

—¡Cálmate Dracco, tranquilo! Claro está que tu hermanito es un cerebrito. Mas vale que se quede en casa apretando tuercas. Será lo más seguro para él.—y las risotadas sonaron sin parar. 

«Los odio. ¡¡Los odio a todos!!»—pensé para mis adentros mientras sentía mi cara de color rojo rabioso. Dracco cambió de tema:

—Miren, miren. Ayer fundí el motor de tanto usarla. Pero se lo cambié, este es nuevo. Aleación de níquel y silicio. Al activarla con los pedales, el motor electromagnético vuela con el pensamiento.—presumió Dracco levantando una ceja y orgulloso de sus conocimientos de mecánica trascendental. A lo que Giovè replicó tratando de equipararse :

—¡Ah! La mía es un modelo clásico de hace trescientos años. De cuando hacían los fuselajes con tubos de aluminio. Pero los propulsores electromagnéticos son de última generación. Se conectan directo a la energía Kundalini. Solo basta recitar algunas vibraciones de Om para hacerla volar.

—¿Y a tí Elsar, cómo te ha ido con la tuya desde aquel accidente en el risco? Ese ataque con cohetes casi te mata—continuó Giovè.

—¡Y que lo digas! Sobreviví gracias a mi pericia como piloto—fanfaroneó Elsar mientras me miraba de reojo, con una risa desdeñosa. Y prosiguió: 

—Desde que la llevé a hacer upgrade siento que va mejor. Aunque ahora le adaptaron autopropulsores en los pedales. Lo único malo es que ya no es necesario conectarla con mi propia energía. Por ser automática no se siente la adrenalina.

—Pero bueno chicos, al menos podemos ir a divertirnos.—concluyó Dracco para mi alivio.

Los cascos de carbono polimorfo cubrieron sus cabezas alargadas. Los soles gemelos de la roja alborada resplandecieron sobre los visores. Los trajes protectores de kevlar autoadherible envolvieron sus cuerpos esbeltos. Se apoyaron en los manubrios y accionaron los pedales al unísono. Los campos electromagnéticos, vibraciones y zumbidos de los fuselajes tomaron vuelo hacia la costa.

Verlos alejarse tan felices después de semejante humillación, me puso furioso. Siempre se salían con la suya. Se burlaban en mis narices. Eso no se quedaría así. Pasé la mañana planeando mi venganza: ¿Qué haría esta vez? ¿Otra emboscada con misiles antiaéreos? ¿Atacarles de nuevo con energía nuclear? Aquel imbécil de Elsar esquivó los cohetes que le disparé en el risco y ni siquiera dio crédito por mi ingenio. Otro ataque no funcionaría, sabían mi forma de operar. Pasaron por mi cabeza los pensamientos más atroces. Pero… ¡Eureka! ¡Eso era! ¡Robarles las bielonaves! ¡Un ataque directo a su orgullo!

Al contrario de lo que decían aquellos estúpidos, control mental era lo que me sobraba. Ese era el plan. Caerían por su propia boca. Si incrementaba mis poderes mentales, podría controlar las bielonaves a distancia. Entré a mi habitación para meditar, motivado por la genial idea. Enfoqué mi energía hacia el Universo y caí en trance profundo casi de inmediato. Pero sucedió algo mejor que la telequinesis. Luego de un par de horas meditando, mi cuerpo se esfumó en el aire. ¡Había logrado sin querer una teleportación!

En segundos, aparecí de la nada montando la bielonave de mi hermano, la que volaba a velocidad constante. Pero Dracco no estaba allí. ¿Qué diablos? ¿Qué había sido de él? Quizá cuando mi cuerpo se materializó y tomó su lugar, resbaló y cayó por el risco. Tal vez su cuerpo se precipitó en el océano. Sin embargo era buen nadador. Ya se las arreglaría para regresar a casa.

Me aferré al manubrio para no caer al vacío y equilibré mi trasero en el asiento. Estiré las piernas y con esfuerzo logré alcanzar los pedales de control. Mantuve la velocidad. Sentí la fuerza electromagnética fluyendo por el fuselaje. La aceleré al máximo de su potencia usando el poder del pensamiento como dijo Dracco. Durante todo el día la deslicé sobre el mar. La hice saltar olas. Rodeé la bahía. Maniobré en zigzag por entre las dunas y subí con fuerza por los riscos haciendo vibrar el fuselaje. Sentí la brisa marina rozando mi cara y esparciendo mis lágrimas sobre las mejillas. Felicidad multiplicada por el viento al cuadrado.

Los soles del crepúsculo apresuraban su caída y decidí regresar a casa. En mi trayecto escuché el eco lejano de unas risillas. Se confundían con el romper de las olas. Eché un vistazo por sobre los riscos, quizá encontraría el cuerpo de mi hermano. Me dio pena y quise rescatarlo pero no vi rastro. Recorrí varios kilómetros sobre las dunas y llegué hasta la costa. Enfoqué mi vista hacia lo largo de la playa donde divisé unas siluetas. Desde el aire vi que las bielonaves de sus dos amigos estaban tendidas en la arena. Descendí y me acerqué a husmear. Tres chicas de piel cerúlea con cabello largo y dorado retozaban en la playa. Mi hermano y aquellos estúpidos pasaron el día muy ocupados jugueteando con ellas. Una chica le abrazaba por el cuello. Su cuerpo era esbelto y Dracco la besaba apasionado. Lo envidié demasiado. Quería besarla también, pero me dio pavor. Tenían razón. Yo era apenas un niño. 

Cuentos cortos de misterio y fantasía


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