Emergió del bosque montando la enorme serpiente de metal. Una púa en su mano le servía de espada y con otra, a manera de soga, la controlaba. Seguido por un ejército de serpientes, se dirigieron al palacio de los Memnónidos. Rompieron a dentelladas la gran muralla. Descuartizaron a los guardas. Largas púas se extendieron con cuidado sobre el suelo, para ayudar a los esclavos a subirse en sus cuerpos cilíndricos. Con sus jinetes montados, treparon enroscándose en la torre para acabar con los invasores. Elsar liberó a los habitantes de Albo. 

Sucedió en ese pacífico planeta verde. Allí las plantas gobernaban la tierra, las orquídeas gigantes habitaban la cúspide de los árboles y nenúfares dominaban los mares. Pero las Vélloras aparecieron. Con aquellas púas largas atravesaron los cuerpos de sus habitantes. La cabeza plana embistió contra ellos. Con la boca repleta de colmillos acerados los decapitaron. Arrasaron sus casas, familias y cultivos. Acorralados e indefensos.

Las Vélloras eran biobots, serpientes hechas de metal y partes biológicas. Su cuerpo estaba cubierto de púas largas, como cabellos metálicos de tornasol. Vinieron escoltadas por las naves espaciales de los Memnónidos. Flotando en el cielo. Ataviados con sus brillantes armaduras de conquista, celebraban el éxito de su maniobra. Así llegó la tecnología a Albo, de manera abrupta. Sin anunciar. Los Memnónidos los obligaron a construir Vélloras. Eran armas para colonizar mundos. Un ciclo infinito de esclavitud. 

Algunos sobrevivientes se refugiaron en los altares de Jocalias sagradas. Las plantas Madre. Las monarcas. Las gestoras del planeta. Eran el resultado de la hibridación de orquidáceas con amanitas del reino fungi. Sus tallos trepadores de cientos de metros de altura y hojas en forma de palma, se habían apoderado del bosque. Las flores multicolores de las Jocalias asomaban enormes sobre las copas de los árboles y emanaban perfumes afrodisiacos e hipnóticos durante los rituales.

—¡Eh, Elsar! ¿Qué haces trepando esa Jocalia? ¡Es de mal augurio subir a un altar!—gritó Hadhes mirando hacia arriba.

—¡Shhh! Calla. Tengo una idea. Desde que llegaron esas malditas Vélloras he sentido varias corazonadas. ¡Las plantas se están comunicando conmigo!

—Está bien que eres un biólogo respetado. Pero de ser botánico a que te hablen las plantas… ¡creo que se te ha volado la cabeza! —respondió en tono severo.

—¡Es cierto, créeme! Te lo digo solo a ti, que eres mi hermanita. ¡No se lo cuentes a nadie!

—De acuerdo. Sigue con tus locuras. Pero si tan solo pudieras crear un híbrido que destruyera a los Memnónidos y sus Vélloras…—contestó cabizbaja y con la voz quebrada.

Elsar la miró desde arriba. Tensó la cuerda y bajó los ochenta metros de Jocalia hasta el suelo. Le dio un beso en la frente y la abrazó.

Los rayos del sol apenas asomaban entre el follaje. Los sobrevivientes se alimentaban de hierbas y setas. El agua de lluvia no faltaba. Elsar revisaba con una lupa las raíces de una Jocalia y de entre los tallos salió una púa metálica muy larga. Hadhe recolectaba agua de las hojas y un destello tornasol la deslumbró.

—¡Elsar! ¡Cuidado! ¡Hay algo, a tus pies!

La púa se incrustó en la bota de su hermano. De inmediato aparecieron otros cientos de púas que se enredaron en su pierna y tiraron de él hasta sacarlo del altar. Los gritos desgarradores de Hadhe se apagaban en la espesura del bosque. 

Al conocer la noticia,  los sobrevivientes se armaron de palos y decidieron ayudarle a buscarlo, pero la enredadera de Jocalias se interpuso entre ellos. Los tallos se enroscaron en sus brazos y piernas, y luego el aroma penetrante de las flores sagradas empezó a invadir el aire. Esporas multicolores cubrieron el cielo. La lluvia formaba decenas de arcoiris que se curvaban entre los bosques. Los pétalos rascaban el cielo y las esporas dispersaron las feromonas por el planeta. Fueron el antídoto que revirtió la programación de los sensores biobóticos de las Vélloras.

Cuando las Jocalias terminaron su labor, liberaron a Hadhe y a los sobrevivientes. Miraron al cielo y se abrazaron en medio de un éxtasis de amor y agradecimiento. 

Las naves flotaban en el cielo. Ataviados con sus armaduras brillantes, los Memnónidos escapaban ante el fracaso de su conquista. Atravesaron la estratosfera y desaparecieron. Había empezado la era del metal.

Cuentos cortos de misterio y fantasía


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