Los auriculares y bocinas extrasensoriales estaban listos para ser activados. Para comunicarse. Para interactuar y vivir. 

Stella creó a los entes cibernéticos. Autómatas con esqueletos de titanio. Cubiertos con piel biológica y revestidos por una brillante capa exterior de oro y silicio, con ella absorberían la luz. Los condensadores psicomotores se activarían al contacto con la energía vital. Moverían los dedos. Cerrarían los puños. Levantarían los brazos. Abrirían las manos. Pero de nada serviría tanta tecnología. No era posible siquiera que las poderosas córneas telescópicas instaladas en sus cráneos vieran a su creadora.

Etherea aportaba las almas. Haciendo girar sus brazos creaba un agujero interdimensional que abría un portal en el limbo. Giraba en las puntas de sus pies. Una danza mística. Con su abundante cabello de plata formaba un círculo de centellas que se reflejaba en sus escleróticas, las que no tenían pupilas. Del otro lado las almas esperaban su retorno. Etherea cruzaba el limbo flotando en medio de la oscuridad. Las almas sentían su presencia. Amaban el hecho de que esta alma noble y bella los sacara de allí. Las almas en pena que no pudieron renacer. Aquellas que debían esperar a que los gametos encendieran una chispa y les abrieran el portal a una nueva vida. Pero Etherea tenía el poder de salir del limbo con alguna de ellas y se había aliado con Stella para dotarles de un cuerpo.

En el laboratorio preparó a uno de sus autómatas. Stella lo sacó de su estado de criogenia y lo puso en la mesa de trabajo. A menos de cero grados la carne estaba inerte pero fresca. Los huesos de titanio mantuvieron la estructura humanoide en perfecta proporción. Instaló condensadores, receptores y termocontroladores en el esternón. Cuando conectó los órganos biorobóticos, abrió el pecho e inyectó la sangre artificial donde se encontraba el acceso a la luz, en el núcleo. El plexo solar. Pero estaba oscuro. Como el otro lado del limbo. Siempre estaba oscuro pues eran cientos los experimentos fallidos. El núcleo debía conectarse con el sistema neuronal de silicio, y aunque Etherea proporcionaba las almas para cada cuerpo, siempre algo salía mal.

—Stella, me siento decepcionada conmigo misma. Saqué tantas almas a través del limbo y todas fueron destruidas. Todas ellas dejaron de existir por mi culpa. Me da mucha tristeza, pues todas ellas dejaron de existir por mi culpa. No he seguido el curso del Universo. Pero es mi voluntad que ellos habiten los autómatas en los que inviertes tu vida.

—¡Mi querida Etherea! No te sientas mal. Tus poderes no tienen comparación. Aunque exploten en pedazos al conectarse con un alma. Aunque tenga que reconstruirlos. El gran problema es que no encuentro la forma de activar esos sistemas híbridos que los traerían a la vida. 

—Sé que es difícil, pero esta vez intentaré algo infalible. No te defraudaré nunca más.—dijo segura de sí misma y abrazó a Stella con cariño.

El círculo de luz abarcó trece metros de diámetro y en su perímetro se formó un pentagrama. Alcanzó la altura hasta el techo del enorme laboratorio. Las cápsulas criogénicas se iluminaron con el resplandor y el laboratorio comenzó a temblar. Stella tapó los ojos con el antebrazo, el fuerte viento revolvió su cabello rojo. Se formó un torbellino que comenzó a arrojar fragmentos de piel y metal, remanentes de sus creaciones. El torbellino tan oscuro como las tinieblas, en forma de punta que guiaba hasta el otro lado del limbo. 

El autómata inerte estaba preparado con el núcleo abierto. El plexo solar absorbió un alma que salió expelida por el torbellino y a través del círculo. El cuerpo ovió un dedo. Cerró el puño. Y su núcleo comenzó bombear sangre con potencia. 

—¡Etherea! ¡Lo has logrado, por fin! ¡El núcleo conectó con el neuroreceptor!—exclamó Stella entusiasmada levantando los brazos jubilosa. Luego fue a su bitácora de ensayos y confirmó los datos. En sus apuntes encontró que lo que hacía falta era una transmigración kármica. ¿Y qué significaba eso en la cabeza de una científica?

—¡Imposible! ¡Es el experimento trescientos catorce, por eso funciona, es la constante matemática!—continuó al tiempo que el torbellino apagaba su luz. Salió de su asombro y fijó la vista en el portal cubriéndose con el antebrazo. El portal empezó a cerrarse lanzando fragmentos en medio del torbellino.

—¡Etherea! ¡Etherea! ¡Sal de allí!—pero ella no la escuchaba.

—¡Quedarás atrapada para siempre! ¡Es un paradigma… la antimateria… se anula con…! ¡Ethereaaaa!…¡¡Nooooo!!

Una lágrima se deslizó por el rostro de Stella. La tristeza invadió su corazón. La miró del otro lado flotando en el limbo, con el cabello de plata ondulando sobre su cara. Cabizbaja y siendo absorbida por la oscuridad. Etherea giró sus brazos y cerró el agujero interdimensional. El círculo de centellas desapareció y ella con él.

Y Stella vio que el autómata de oro y silicio abrió los ojos.

Cuentos cortos de misterio y fantasía


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